Resumen:
En los últimos años se ha incrementado sustancialmente el número de vehículos eléctricos, esto debido al incremento de contaminación por C02 al medio ambiente. Estudios recientes muestran que actualmente circulan más de 800 millones de automóviles, con una tendencia de 400 a 800 vehículos por cada 1000 habitantes [1]. Como resultado de esto, los vehículos son responsables de un alto porcentaje del consumo energético global y por ende de emisiones de gases de invernadero. Por otro lado, es preocupando que la tendencia muestra un crecimiento acelerado de vehículos por habitantes y, mientras el consumo energético en otros sectores disminuye, el consumo debido al transporte continua en crecimiento [2]; esto motiva a desarrollar sistemas de optimización de ahorro energético que reduzca la huella ambiental de vehículo de transporte.
Uno de los problemas que se tienen en el control óptimo de vehículos eléctricos se debe a las diferentes etapas de conversión de energía que se tienen, desde la generación hasta el consumo por parte de los motores. En un vehículo eléctrico convencional, al menos tres etapas están involucradas: 1) la primera se debe a los sistemas de conversión de energía alterna a directa (AC-DC) en la carga del banco de baterías. 2) Esta energía es convertida a energía mecánica acopladas alas rudas del vehículo. 3) en esta última etapa la energía se convierte en energía cinética y potencial requerida para el desplazamiento del vehículo. En cada uno de los procesos antes mencionados se tienen considerables pérdidas de energía. Por ende, mejorar la eficiencia energética en uno o todos los subsistemas descritos, produce una reducción energía y por ende reducción de los contaminantes emitidos al medio ambiente. Lograr estos objetivos sin comprometer el desempeño, solo pueden lograrse mediante un sistema de propulsión cuya potencia garantice robustez ante diferentes condiciones de manejo.