Resumen:
La agricultura de conservación mantiene y mejora los rendimientos de los cultivos
y de la capacidad de reacción del suelo contra la sequía y otros riesgos y al mismo
tiempo protege y estimula su funcionamiento biológico. En los sistemas forestales,
la gran producción y reciclaje del follaje dan lugar a una intensa actividad
biológica, a la formación de humus y con ello a una capa superior de suelo de
color oscuro. En razón del gran número de insectos y gusanos hay poros grandes
que permiten la infiltración del agua. En contraste, en el caso de los cultivos
anuales, la producción de hojas es mucho menor, la biomasa por lo general se
remueve del suelo, el suelo es labrado varias veces al año y, por lo tanto, es
mucho más seco. En consecuencia, hay menos alimentos y humedad disponibles
para la fauna del suelo y su hábitat es disturbado o destruido en forma sistemática.
La calidad y la salud de los suelos se miden a través de distintos indicadores que
Evalúan su funcionamiento (Doran et al., 1999). Para medir la calidad, se
considera qué tan adecuadas son sus propiedades físicas y químicas para permitir
el intercambio de gases, la retención de humedad y de nutrientes, la penetración
de raíces, entre otros. Por su parte, para medir la salud del suelo se toma en
cuenta la eficiencia de procesos como los ciclos de nutrientes y los flujos de
energía.
En este contexto, uno de los indicadores que se ha utilizado es la magnitud de la
actividad enzimática involucrada en los procesos antes mencionados.